El Ruido quiebra las paredes silenciosas
del aire. Se rompen los cristales invisibles de la nada que nos separa a unos
de otros, que a pesar de estar amontonados en el estrecho espacio de un
colectivo, los cuerpos apretados en la incomodidad cotidiana, nos empeñamos en
el tremendo esfuerzo de no vernos. El Ruido, con una fuerza de Muerte, retumba
en mi cabeza, en el temblor de mis manos, en mi pecho alborotado de latidos. El
llanto mudo de una nena abrazada por el Amor de madre. El grito de un Miedo
compartido por voces desconocidas, superpuestas en la urgencia del peligro.
Unos breves minutos de eternidad infinita y agobiante. Nos alejamos lentamente
de la escena. El Ruido todavía retumba en mi cuerpo, lo atraviesa repetidas
veces en el recuerdo. Tengo que salir del colectivo-refugio para pisar
nuevamente la calle. Estoy lejos, pero siento que es la misma calle. Me rodea
gente que nunca vi, pero creo que son los mismos hombres con manos de fuego. Me
pregunto quién de ellos esconde un arma en el bolsillo, en la cartera, en la
mirada. Quiero buscar un nuevo refugio. Te pienso una y mil veces. Te pienso
con mis ojos, con mi boca, con mi pelo y con mi sangre para encontrar en vos mi
Calma. Pero a tu imagen la borra el terror. Mis sentidos no pueden distraerse
de mi entorno, que se deforma cada vez que vuelvo la vista hacia otro lado o
hacia mí. Solo cuando te encuentre me hundiré en tus brazos, me convertiré en
tu piel, para besarte entre lágrimas como si fuera la primera vez, o la última,
como si el mundo hubiera explotado repentinamente dentro de una burbuja, y
tuviéramos que recrearlo con nuestros labios.
No hay vidas que no tengan nombre
mientras bailan dentro de una burbuja
o colgadas de una clave de sol.
Pero hasta el viento menos visible es vida,
y yo estoy hecha de demasiados vientos.
Soy muchas, ninguna...
Tal vez por algo soy actriz y por algo escribo.
Y puede ser que por eso tiemble.